Vidas Para Leerlas

Vidas Para Leerlas

Author:Guillermo Cabrera Infante
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa varios
Published: 2010-04-24T22:00:00+00:00


En su biografía breve Heberto Padilla se queja, precisamente, de lo escasa que es, para añadir: “Es casi falsa” y pasa a citar al propio Alejo que se aleja: “Mi abuela era una excelente pianista, alumna de César Franck. Mi madre lo era también y bastante buena. Mi padre, que quiso ser músico antes que arquitecto, empezó a trabajar el violoncello con Pablo Casáis. Aprendí música a los once años. A los doce tocaba páginas de Bach, de Chopin, con cierta autoridad”. Después de esta cita Padilla hace trizas la autobiografía oficial. “Pero nadie”, dice Padilla, “en Cuba tuvo noticias de su abuela ni de su madre como pianista "bastante buena". Mucho menos de que su padre "trabajó el violoncello" con Casáis”. (Puedo añadir que Natalio Galán me aseguró que Carpentíer leía música con dificultad.) Sigue Padilla: “Su infancia no tuvo la armonía”, acertado término musical, “que se desprende de sus declaraciones. Vivió hasta la adolescencia en el campo, en las cercanías de Alquízar, un pueblo bastante pobre a varios kilómetros de La Habana”. Ahora Padilla hace revelaciones indiscretas y, como antes, llenas de un humor corrosivo: “Su padre desapareció del país cuando Alejo era casi un niño en pos de una cubana mestiza y se perdió para siempre en el Canal de Panamá”. (No en la selva.)

Padilla hace un paralelo erótico cuando revela al padre de Lilia Carpentier en una escena calcada de El reino de este mundo: en “la casa junto al río Almendares se vio aparecer una tarde, súbitamente, un gran óleo colocado entre dos puertas del comedor que daban al jardín. Era un negro, vestido a la manera de los haitianos descritos [por Carpentier), colmando todo el espacio de la tela. Supimos que se trataba del padre de Lilia, el único marqués negro de Cuba”. Así hace trizas Padilla las anotaciones de otro biógrafo sobre liceos franceses y educación europea.

Nunca volví a ver a Carpentier después de aquel encuentro en la tarde con maleta (y mulata) al fondo, pero supe de él por personas interpuestas, con el auxilio de la tecnología del electrón, a la que Alejo era adicto desde que, según contaba, había escrito ballets para el compositor experimental Edgar Várese en sus días grises de París.

La primera noticia la trajo grabada en una cásete Alex Zisman, estudiante de literatura en Cambridge. Zisman, peruano, es, como dicen los limeños, un plato: regalo de Mario Vargas Llosa, sobre quien Alex escribía una tesis de nunca acabar. Carpentier vino a Oxford en 1971 para una charla con preguntas públicas.

La primera pregunta de Zisman, que fue quien más preguntó, en español, era acerca de las dificultades del pueblo cubano para comer, producto del cruel racionamiento impuesto por Fidel Castro. “¡Es falso!”, respondió Alejo, ágil pero gangoso. “Todo el mundo en Cuba come bien.” “¿Cuan bien?”, le preguntó Alex a Alejo y Lilia, desde el público pero audible en la cinta, afirmó: “Comen tan bien como nosotros”. ¿Es necesario recordar que los dos Carpentier, Lilia y Alejo, eran diplomáticos



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